sábado, 16 de mayo de 2020

EJEMPLOS: "TIPOS DE NARRADOR" Y "TIPOS DE DISCURSO EN LA NARRACIÓN"



TIPOS DE NARRADOR
NARRADOR EXTERNO




NO PARTICIPA EN LA
HISTORIA
NARRADOR ONMISCIENTE
(3ª persona)


Artemio entró en una heladería y pidió un helado de nata y avellana. La heladera, una mujer alta, guapa y seria, le puso en la mano un cucurucho de fresa y limón. Artemio miró a la mujer con asombro, pero no se atrevió a protestar.
Al día siguiente se presento de nuevo en la heladería y pidió un helado de fresa y limón. La heladera alta, guapa y seria le entregó un helado de pistacho y chocolate. Artemio le miró a los ojos sin decir nada y se alejó con el helado de pistacho y chocolate. Se preguntó si la heladera quería enfurecerle, o si aquel extraño comportamiento era una provocación femenina. La heladera tenía una bonita cara bronceada, bonitos ojos y bonitas orejas. Artemio la tenía presente día y noche y pensó que quizá, quizá, se estaba enamorando.
NARRADOR OBJETIVO
(3ª persona)
Había un puente de seis grandes ojos de ladrillo. La arboleda, a los pies del ribazo, era una larga isla en forma de huso, que partía la corriente en dos ramas desiguales. La de acá, muy estrecha y ceñida al terraplén, se había dejado secar por el verano y ahora no corría.
(Rafael Sánchez Ferlosio: El Jarama)
NARRADOR INTERNO




PARTICIPA EN LA
HISTORIA
NARRADOR
PROTAGONISTA
(1ª persona)
La estación estaba concurrida, porque era la hora de cierre de los espectáculos, y no me costó colarme en el andén. En el primer tren que salió me acomodé en el asiento de primera clase y traté de dormir. En Provenza subieron unos gamberros jovencitos y algo bebidos que empezaron a divertirse a mi costa. Me hice el tonto y permití que me zarandearan. Cuando se apearon en Tres Torres les había birlado un reloj de pulsera, dos bolígrafos y una cartera. La cartera sólo contenía un carné de identidad, un carné de conducir, la foto de una chica y algunas tarjetas de crédito. Arrojé cartera y contenido en un tramo de la vía de donde me pareció que no podrían ser recuperados: para que le sirviera a su dueño de lección. El reloj y los bolígrafos los guardé con gran alegría, porque con ellos podría pagar la pensión, dormir entre sábanas y regalarme por fin una buena ducha.
(Eduardo Mendoza: El misterio de la cripta embrujada
NARRADOR TESTIGO
(1ª y 3ª persona)
Para Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez le oí mencionarla de otro modo. A sus ojos, ella eclipsa y domina a todo su sexo. Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al amor. Todas las emociones, y en especial ésa, resultaban abominables para su inteligencia fría y precisa pero admirablemente equilibrada. Siempre lo he tenido por la máquina de observar y razonar más perfecta que ha conocido el mundo; pero como amante no habría sabido qué hacer. Jamás hablaba de las pasiones más tiernas, si no era con desprecio y sarcasmo. Eran cosas admirables para el observador, excelentes para levantar el velo que cubre los motivos y los actos de la gente.
(Arthur Conan Doyle: Las aventuras de Sherlock Holmes



TIPOS DE DISCURSO










1.ESTILO DIRECTO



Llevaba poco más de un año de música con don Luis cuando me pasó una cosa extraordinaria. Después de salir de clase, me paré ante el escaparate de Calzados Faustino, en el Cantón. Estaba allí, con mi maletín, mirando aquellos zapatos como quien mira una película de Fred Astaire, y se acercó un hombre muy grandote, calvo, la frente enorme como el dintel de una puerta.
-¿Qué llevas ahí, chaval? -me preguntó sin más.
-¿Quién, yo?
-Sí, tú. ¿Es un instrumento, no?
-Es un saxo.
-¿Un saxo? Ya decía yo que tenía que ser un saxo. ¿Sabes tocarlo?
Recordé la mirada paciente del maestro. Vas bien, vas bien. Pero había momentos en que don Luis no podía disimular y la desazón asomaba en sus ojos como si, en efecto, yo hubiese dejado caer al suelo una valiosa pieza de vidrio.
-Sí, claro que sabes -decía ahora aquel extraño que nunca me había escuchado tocar-. Seguro que sabes.
(Manuel Rivas: ¿Qué me quieres, amor?)

2.ESTILO INDIRECTO




Después, mientras se secaba, el forastero le suplicó con los ojos llenos de lágrimas que se casara con él. Ella le contestó sinceramente que nunca se casaría con un hombre tan simple que perdía casi una hora, y hasta se quedaba sin almorzar, sólo por ver bañarse a una mujer.
(Gabriel García Márquez: Cien años de soledad)




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