TIPOS DE NARRADOR
NARRADOR EXTERNO |
NO PARTICIPA EN LA
HISTORIA |
NARRADOR ONMISCIENTE (3ª persona) |
Artemio entró en una
heladería y pidió un helado de nata y avellana. La heladera, una
mujer alta, guapa y seria, le puso en la mano un cucurucho de
fresa y limón. Artemio miró a la mujer con asombro, pero no se
atrevió a protestar.
Al
día siguiente se presento de nuevo en la heladería y pidió un
helado de fresa y limón. La heladera alta, guapa y seria le
entregó un helado de pistacho y chocolate. Artemio le miró a los
ojos sin decir nada y se alejó con el helado de pistacho y
chocolate. Se preguntó si la heladera quería enfurecerle, o si
aquel extraño comportamiento era una provocación femenina. La
heladera tenía una bonita cara bronceada, bonitos ojos y bonitas
orejas. Artemio la tenía presente día y noche y pensó que
quizá, quizá, se estaba enamorando.
|
NARRADOR OBJETIVO (3ª persona) |
Había
un puente de seis grandes ojos de ladrillo. La arboleda, a los
pies del ribazo, era una larga isla en forma de huso, que partía
la corriente en dos ramas desiguales. La de acá, muy estrecha y
ceñida al terraplén, se había dejado secar por el verano y
ahora no corría.
(Rafael
Sánchez Ferlosio: El
Jarama) |
||
NARRADOR INTERNO |
PARTICIPA EN LA
HISTORIA |
NARRADOR
PROTAGONISTA (1ª persona) |
La
estación estaba concurrida, porque era la hora de cierre de los
espectáculos, y no me costó colarme en el andén. En el primer
tren que salió me acomodé en el asiento de primera clase y traté
de dormir. En Provenza subieron unos gamberros jovencitos y algo
bebidos que empezaron a divertirse a mi costa. Me hice el tonto y
permití que me zarandearan. Cuando se apearon en Tres Torres les
había birlado un reloj de pulsera, dos bolígrafos y una cartera.
La cartera sólo contenía un carné de identidad, un carné de
conducir, la foto de una chica y algunas tarjetas de crédito.
Arrojé cartera y contenido en un tramo de la vía de donde me
pareció que no podrían ser recuperados: para que le sirviera a
su dueño de lección. El reloj y los bolígrafos los guardé con
gran alegría, porque con ellos podría pagar la pensión, dormir
entre sábanas y regalarme por fin una buena ducha.
(Eduardo
Mendoza: El
misterio de la cripta embrujada
|
NARRADOR TESTIGO (1ª y 3ª persona) |
Para
Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez le oí
mencionarla de otro modo. A sus ojos, ella eclipsa y domina a todo
su sexo. Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al
amor. Todas las emociones, y en especial ésa, resultaban
abominables para su inteligencia fría y precisa pero
admirablemente equilibrada. Siempre lo he tenido por la máquina
de observar y razonar más perfecta que ha conocido el mundo; pero
como amante no habría sabido qué hacer. Jamás hablaba de las
pasiones más tiernas, si no era con desprecio y sarcasmo. Eran
cosas admirables para el observador, excelentes para levantar el
velo que cubre los motivos y los actos de la gente.
(Arthur
Conan Doyle: Las
aventuras de Sherlock Holmes
|
1.ESTILO DIRECTO
|
Llevaba poco más de un
año de música con don Luis cuando me pasó una cosa
extraordinaria. Después de salir de clase, me paré ante el
escaparate de Calzados Faustino, en el Cantón. Estaba allí, con
mi maletín, mirando aquellos zapatos como quien mira una película
de Fred Astaire, y se acercó un hombre muy grandote, calvo, la
frente enorme como el dintel de una puerta.
-¿Qué
llevas ahí, chaval? -me
preguntó sin más.
-¿Quién,
yo?
-Sí,
tú. ¿Es un instrumento, no?
-Es
un saxo.
-¿Un
saxo? Ya decía yo que tenía que ser un saxo. ¿Sabes tocarlo?
Recordé la mirada
paciente del maestro. Vas bien, vas bien. Pero había momentos en
que don Luis no podía disimular y la desazón asomaba en sus ojos
como si, en efecto, yo hubiese dejado caer al suelo una valiosa
pieza de vidrio.
-Sí,
claro que sabes -decía
ahora aquel extraño que nunca me había escuchado tocar-.
Seguro que sabes.
(Manuel
Rivas: ¿Qué
me quieres, amor?)
|
2.ESTILO INDIRECTO
|
Después,
mientras se secaba, el forastero le suplicó con los ojos llenos
de lágrimas que se casara con él. Ella le contestó sinceramente
que nunca se casaría con un hombre tan simple que perdía casi
una hora, y hasta se quedaba sin almorzar, sólo por ver bañarse
a una mujer.
(Gabriel
García Márquez: Cien
años de soledad)
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario